'MAN OF STEEL' CRÍTICA DE RAFAEL MARÍN

'MAN OF STEEL' CRÍTICA DE RAFAEL MARÍN

2 comentarios

Dharma_Nexus6
Dharma_Nexus6 hace casi 11 años ...

Muy buena crítica, y muy bien redactada.


Hawks
Hawks hace casi 11 años ...

Quizá el destino de toda leyenda sea, para mantenerse acorde con los tiempos, eso que en el mundo de los cómics hemos llamado "ultimatización". Es decir, contar de nuevo la historia de siempre variando algunos detalles para el gusto de cada generación que se acerca a ella. Superman, ese icono infantil que tuvo su punto de eclosión en los comic-books de los años cuarenta y cincuenta y perdió el paso cuando Stan Lee y Jack Kirby le dieron la vuelta al concepto de los superhombres, se ha reinventado varias veces, siendo las más recordadas, en el campo de la historieta, la famosa "Kryptonite never more" de Neal Adams (me refiero a la espectacular portada de Adams) y, sobre todo, la revampirización, puesta al día, homenaje o como queramos llamarlo de John Byrne a mediados de los años ochenta. En el cine, naturalmente, el gran impulsor de esa penúltima renovación fueron las películas de Richard Donner (retocado por Richard Lester) con el desconocido Christopher Reeve como intérprete ideal del personaje.

Con Superman Returns se intentó, sin éxito, remozar al superhombre hace unos años, pero no se pudo sacudirse de la influencia de aquel Superman setentero y la película, con sus momentos aceptables, no pasó de ser un palimpsesto o un remake. Ahora, con Man of Steel se vuelve por la misma senda, remozando la segunda de las películas clásicas, es decir, el enfrentamiento con el general Zod y la banda de kriptonianos renegados, volviendo quizá a lo que podría haber sido (si la tecnología de entonces lo hubiera permitido) la idea original de la película de Donner si hubiera tenido las cuatro horas largas del guión previsto. En ese aspecto, los primeros minutos de Man of Steel remiten de nuevo al Superman del 78 y casi todo el resto a Superman II.

Pero hay diferencias y son apreciables. El Superman de Donner tuvo que enfrentarse al gran éxito del cine de aquellos tiempos, Star Wars, y no solo salió airoso de la competición sino que en algunos países, entre ellos España, recaudó más en taquilla que la película de George Lucas. Superman se enfrenta ahora a otros blockbusters de la competencia marveliana, a los filmes de ciencia ficción de ahora (Avatar salta inmediatamente a la mente), e incluso a la visión dark and gritty que su compañero Batman ha tenido en las películas de Nolan, que aquí funciona como productor ejecutivo y, me da a mí, como bastantes más cosas.

Man of Steel nos cuenta el origen del superhombre. Y lo hace con valentía, en una narración no lineal donde son abundantes los flashbacks y donde la información se da de manera escalonada (y, sí, a veces repetida). El mundo de Kripton es un mundo de acero (el leitmotiv visual de la película) al borde de la extinción, como ya hemos conocido. Y el pequeño Kal-El pasa aquí de tener a Moisés como referente a hacerlo con Jesucristo: se elude la escena del hallazgo en la barca/cápsula y se nos presenta, del tirón, a un joven forzudo, barbudo y pescador que se hunde en las aguas y resucita luego, con otra personalidad y otro nombre, en otro lugar del mundo. En ese sentido, creo que es la primera vez en los setenta y muchos años de vida del personaje que vemos a Superman consultar con un sacerdote...

La película no deja de ser un primer acto, una presentación del personaje y su setting, que es familiar pero sutilmente diferente a lo que hemos visto o leído. Tenemos a los Kent, tenemos al Daily Planet, tenemos a Lois Lane y los demás miembros de la redacción (me extraña que el bloguero no sea Jimmy Olsen, por cierto), y nos falta precisamente la doble personalidad, el disfraz del hombre caído a la Tierra. Y falta pero no es un defecto de la narración, sino precisamente su gran acierto: el tema de la película toda es la búsqueda de una identidad, la dualidad (potenciada aquí más que nunca) entre el alienígena y el humano. Solo cuando, al final, el Hombre de Acero acepta una de sus dos encarnaciones, solo cuando se hace hombre decide habitar entre nosotros y adopta, en esa inteligente escena final donde la bienvenida de Lois ha tenido que ser dejada en inglés para no torpedear el juego de palabras, la personalidad del periodista que todos conocemos.

Se agradece que Lois Lane no sea cargante, se agradece el tono burlón pero profesional de Perry White, se agradece que Steve Lombard no sea un imbécil, se agradece que Zod sea un golpista sin escrúpulos y no un malo de tebeo sin motivaciones aparentes, y se agradecen las pinceladas de fondo: el cartel de Smallville, los camiones de LexCorp, la bandera americana en segundo plano cuando los militares aceptan que el alienígena está de su parte, la sutileza con que se narra que es el sol lo que recarga esa batería humana que es Superman, un hijo nacido no de una máquina, sino de mujer natural, un nuevo referente mesiánico que sorprende en el inicio de la película pero queda explicado luego. Resultan divertidas las alusiones a El enigma de otro mundo o a La Guerra de los Mundos (donde los trípodes van acompañados por un sonido metálico zumbón muy similar al de la película de Steven Speilberg), ya que a fin de cuentas se trata de eso, de una guerra entre planetas donde la adaptación biológica (una inteligente puesta al día de la kriptonita) remite al clásico de H.G. Wells.

Con un principio apabullante que nos da la clave de lo que va a pasar luego (cuando Zod impreca al consejo de Jedis moebiusianos sobre su cobardía al no condenarlo a muerte y sí a la zona fanasma), la película tiene un par de momentos donde se viene abajo, pero son breves y remonta en seguida para la espectacular batalla contra los kriptonianos. Caos, destrucción, hostias como panes que ni siquiera en Los Vengadores hemos visto. Cuando aquí se golpean, se golpean de verdad, y se destruye a lo bestia y a lo grande una Metrópolis donde, ay, no se entretienen en mostrar que debe morir gente a cascoporro entre tanto rascacielos desguazado. Una batalla de superhombres, en realidad, no debe de ser muy diferente a esto.

En esa lucha interna entre el ser humano y el ser divino contra el ser diabólico gana el ser humano, y al ganar, como ya sucediera en uno de los antiguos tebeos de John Byrne, Superman debe tomar una decisión por la que renuncia, quizá sin saberlo, a la cobardía pusilánime de sus antepasados kriptonianos. Es la decisión final la que ha encendido a los lectores talibanes del personaje (todo el mundo sabe cómo es Superman, claro, pero nadie lo hace), pero en el contexto de la película tiene sus razones y me temo que no solo es comprensible, sino que es la única salida. Más que Superman/Zod, es al durísimo enfrentamiento Miracleman/Kid Miracleman a lo que nos remite. Y, ojo, esto es un primer acto y no me extrañaría que Superman tarde o temprano haya de pagarlo: yo me apostaría lo que ustedes quieren a que en una segunda película o una tercera vemos la muerte del personaje tal como se contó en los tebeos hace años, y su posterior resurrección/redención. Aquí queda dicho.

Henry Cavill compone un gran personaje, primerizo, petado, luego seguro de sí mismo: un gran Superman donde ni siquiera nos damos cuenta de que el uniforme no es el clásico. Aunque el holograma se hace algo cansino y se desearía que el guionista hubiera hilado más fino en más de una ocasión, Russell Crowe le da a Jor-el la misma prestancia (y más fisicidad) que Marlon Brando en las pelis clásicas. Pero a mí quien me gana es Kevin Costner, enormemente generoso en su actuación, con los que son quizá los mejores diálogos de la película. Costner, a quien siempre hemos visto como un guaperas (nunca se le ha querido reconocer su talento) interpreta a un redneck como si hubiera sido un redneck toda la vida: lástima que la escena de su muerte sea tan tonta, tan sobrante y esté tan mal contada.

Vamos, que sí, que me ha parecido que es de momento la mejor peli de superhéroes de todas las que llevamos vistas hasta ahora...


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